“Recatada Veleidosa. Publicación en Revista Papeles de Caracol nº5, Castillejos del Campo, Junio 2025

                                                 Recatada Veleidosa



     Recatada Veleidosa era santa y hermosa. Tenía un nombre comprometido, por sus progenitores elegido.

     Papá era un meapilas de mucha categoría, y se ocupó del primer nombre porque él era todo un hombre. De Recatada esperaba que fuera buena, justa, y honrada. Eso suponía nada de escotes, faldas recortadas o pinturas en la cara; a estudiar en las monjas, a misa los domingos, y si hubiera sido chico, hasta monaguillo.

     Mamá era una cabeza loca que papá intentó encarrilar. Era graciosa, bailona y con un culo espectacular. Ese culo tan hermoso, fue la perdición de su esposo porque él era un hombre de Dios, pero los panderos bien puestos era su perdición. Fue ver aquellas nalgas enhiestas, y pensar que tenían que ser suyas para toda la eternidad, y ese fue el motivo de que tuviera lugar aquel matrimonio tan singular.

      Recatada de niña salió a papá, cumplía todas las normas de la buena moral, y seguía las paternales directrices sin rechistar. Pero al llegar la adolescencia empezó a darle todo igual y Veleidosa se hizo llamar.

     Las camisetas se volvieron extremadamente ajustadas, enseñando sin enseñar unos grandes senos que le crecieron sin avisar. Los escotes tenían demasiados centímetros de profundidad y las faldas eran tan cortas que se le veían las bragas sin ninguna dificultad. Se pintaba todo lo que se podía pintar: el pelo, los párpados, los labios, las cejas, las uñas y hasta eso que no se puede nombrar. Quizá en otro tiempo, en otro lugar nada de esto podía importar, pero allá en La Habana profunda, era asunto de mucha gravedad.

       Veleidosa se volvió bella, provocativa y sensual. Abandonó todo lo secular, salía hasta tarde y pasaba de madrugar. Traía chicos a casa y se encerraban a solfear jOh, oh, ah, ah, um, um, sí, sí, más, más...!

     Papá estaba histérico y no sabía cómo afrontar aquella locura de su niña, que esperaba fuera temporal. Pero un día todo empeoró, en vez de un chico, un hombre la acompañó. Se encerraron a solfear, y nadie en aquella santa casa se atrevió a molestar.

      Desde entonces todos los días transcurrían igual. Papá se volvió muy callado, mamá no paraba de bailar y Recatada Veleidosa gemía y gemía sin parar. "De profesión: gemidora", así se hacía anunciar.

     Gozó de lo lindo, sin pundonor alguno, relajada a todas horas, vistiendo siempre a la moda, colmada de mil regalos y acompañada de halagos. Hasta que conoció a un chico estupendo, muy formal y sagaz, de buena familia, e inmejorable posición social. El muchacho apreció sus habilidades, que mucho le hicieron disfrutar, y mientras la abandonara al casarse, no le importaba su secreta actividad.

      Se casaron y dice que fueron felices, y de Veleidosa no se supo más, pero como ella era mujer práctica, del todo no se dejó camelar. Así que en previsión de un improbable futuro en que el jurado amor eterno no diera para más, debajo de una losa de su antiguo cuarto, guardó todos los ahorros que como Veleidosa había podido juntar. Sólo por si acaso, porque a veces, las canciones de amor, por mucho que uno se empeñe y quiera soñar, llegan a su final.




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