"Aquellos tiempos dorados" Finalista IX Edición del Concurso de relato corto nuevo casino de Pamplona. Noviembre 2021


      Aquellos tiempos dorados

     Un día, de repente, mi mamá se volvió muy guapa. No es que antes fuera fea, para mí era la más bella del mundo, pero desde aquel momento, fue guapa para todos.

     Primero llegaron todos aquellos cachivaches que trabajaban por sí mismos apretando unos botones. Uno para lavar la ropa, otro para lavar los platos, uno más para barrer el suelo... ¡Entonces mi mamá fue la mujer más feliz del mundo! Iba dando saltitos por la cocina, chillando de alegría cada vez que aquel señor con mono azul y gorra hacía funcionar una de aquellas máquinas y se lo explicaba para que pudiera hacerlo ella. Cuando el señor se marchó, tenía las mejillas sonrosadas y gotas de sudor en la frente, como si hubiera estado al sol durante horas. No dejó de sonreír en todo el día, mientras paseaba por la casa tarareando una canción que no paraba de sonar en la radio, "Entonces yo seré feliz", de Josephine Baker, decía la locutora.

El día siguiente lo pasé en casa de la vecina, mientras mamá se iba a un sitio misterioso que no me quiso explicar. Cuando regresó era la mamá más bella del mundo, parecía una de esas chicas que empezaban a verse en las revistas. Ya no tenía el pelo castaño con hilitos blancos, sino que era rubio y ondulado. Sus párpados estaban pintados de azul y sus labios parecían cerezas. Llevaba puesto un vestido blanco precioso con mucho vuelo y tirantes, además de unos zapatos de tacón muy altos.

Cuando papá la vio al llegar a casa esa noche, se quedó parado en el pasillo con una cara muy parecida a la que debo de poner yo la mañana de Navidad cuando veo los regalos.

- Estás preciosa Doris.


- Oh gracias querido - le contestó ella dándole un beso en la mejilla, dejándole dibujados sus labios.

Mi madre no dejó de parlotear durante toda la cena, mientras mi padre la miraba con cara de hambre, parecía que la iba a morder de un momento a otro... De vez en cuando entornaba los ojos, sonreía y miraba a mi madre como si fuera el postre de la cena y él fuera un niño bueno esperando su turno. Parecía que a mi madre no le molestaba que la mirara así. Yo no entendía nada. Quizás mi papá extrañaba la tarta de manzana que mamá solía hacer cada viernes o quizá fueran esas "cosas de mayores" que decían que yo no entendía porque era pequeña. Decidí no prestarles más atención. Así que después de cenar, me bañé y me fui a la cama, durmiéndome muy rápido como siempre, pero antes de perder la consciencia, les escuché corretear, reírse y jadear, seguro que estaban jugando al escondite, a ese que sólo era para mayores y por eso nunca me invitaban.

En mi cumpleaños me compraron un precioso vestido azul con unos zapatos y un sombrero a juego, después para celebrar me llevaron a una cafetería. Nunca había estado en un sitio así. Había un salón muy grande con mesas de madera y sillones acolchados de muchos colores. Además nada más entrar te encontrabas con unos enormes  armarios de cristal con todas las tartas que te pudieras imaginar. De chocolate, de manzana, de limón, de nata, de trufa, de moras, de fresas decoradas con  auténticas fresas y de muchos tipos más.

De repente apareció una chica muy sonriente ¡Con unos patines en los pies!, y nos saludó.

- Buenas tardes, me llamo Pamela y soy su camarera.

- Buenas tardes - le contestó mi padre. Somos los Taylor, y esta niña tan guapa es mi hija Olivia que hoy cumple seis años.

- Hola Olivia, ¡Muchas felicidades! Entonces hoy es un gran día, así que tendremos que buscar una mesa especial.

Nos llevó hasta una mesa un poco alejada de las demás, decorada con globos y cintas de colores. Encima de la mesa había una enorme tarta de chocolate y avellanas con seis velas aún sin encender, esperándonos. En la tarta habían dibujado con nata "Te queremos Olivia".

- ¿Es para mí? Vaaaaaaaaayaaa - dije emocionada.

- Eso parece - me contesto Pamela guiñándole un ojo a mis padres - ahora traeré la bebida, ¿Qué desean tomar?

- ¿Batidos para todos Olivia? - me preguntó mi padre.

- ¡Síiiiii! - grité dando palmas - de vainilla para mí.

Cuando regresó la camarera, encendió las velas, pedí un deseo en mi mente y soplé. Aquel fue mi mejor cumpleaños y deseé que hubiera muchos como aquel el resto de mi vida. Pero debe de ser que cuando eres pequeña, no puedes pedir deseos tan grandes, así que solo me fue concedido durante seis años más.

Desde que mi madre se volvió guapa para todos, empezó a tener otras costumbres. Antes apenas salía de casa porque siempre había mucho que hacer, y ahora, gracias a todas aquellas máquinas nuevas tenía mucho más tiempo libre. Así algunas tardes salía con sus amigas a charlar en cafeterías como la de mi cumpleaños o iban a conferencias en la biblioteca, mientras yo me quedaba en casa de alguna amiga que tuviera niñera o una abuela que la cuidara cuando su madre no estaba. Y todos los sábados por la noche salía con mi padre a bailar en un club. Yo quería ir con ellos pero me dijeron que no era sitio para niños, que tenía que esperar a ser mayor.

- Pero yo quiero ir a bailar - solía contestarles - Aunque en realidad no sé cómo se hace, ¡Pero alguna vez tendré que aprender!

Entonces mis padres hicieron algo increíble, un sábado por la noche se quedaron en casa.

- Olivia, hoy en vez de ir al club, nos quedamos bailando contigo. ¿Qué te parece?

- ¿De verdad? - contesté emocionada - ¿ Y me enseñaréis cómo se hace?

- Claro, te enseñaremos todos los secretos - contestó mi mamá - lo primero que vamos a hacer es ponernos guapas, ven conmigo.

Fuimos a su habitación y ella se vistió como todos los sábados, con un vestido negro muy ceñido, unos guantes de encaje, tacones altos en negro y rojo, y una cinta negra en el pelo con una pluma roja. Luego se pintó los ojos y los labios. Estaba muy guapa.

- ¿Te gusta? - me preguntó.

- Me encanta.

- Pues ahora te toca a ti.

- ¿Y qué me voy a poner?

- Mmmm... Cierra los ojos.

Yo daba saltitos de impaciencia con los ojos cerrados, mientras la oía abrir cajas y rasgar papel.

- Ahora puedes abrirlos.


Sobre la cama había un conjunto como el suyo, pero de mi tamaño. ¡Íbamos a ir vestidas igual!

- Sí, sí, sí ¡Es el mejor regalo del mundo! Te quiero mamá - grité abrazándola.

Acabamos las dos en el suelo muertas de risa por el ímpetu de mi abrazo. Después de ayudarme a vestirme me pintó como ella. Me miré en el espejo, yo también estaba preciosa.

- Estamos muy guapas las dos - le dije muy segura. Ella se echó a reír. 

- Claro que sí. Pero te falta una cosa - dijo sacando un collar de perlas de su joyero y abrochándomelo a continuación - Era de tu abuela, le hubiera gustado que lo tuvieras. A partir de hoy es tuyo.

Yo estaba muy emocionada.

- Gracias mamá. Lo protegeré con mi vida.

Mi madre volvió a echarse a reír. A veces no entendía por qué me encontraba tan graciosa, serían cosas de mayores.

- Bueno, no hace falta tanto, sólo intenta no perderlo. Vamos a bajar al salón que tu padre lleva mucho tiempo esperándonos.

Papá también se había puesto muy elegante, con un traje negro, un chaleco y una camisa blanca. Cuando llegamos se quitó el sombrero para saludarnos.

- Señoritas, es un placer disfrutar de su compañía, son las mujeres más bellas que he visto nunca.

Mamá y yo le dimos las gracias muy formales. 

Aquella noche aprendí un montón de cosas. Mamá me enseñó a poner cara de mujer interesante. Había que estirar mucho el cuello hacía la derecha o la izquierda, sonreír sin enseñar los dientes y mirar de reojo a los hombres, a la vez que fumabas uno de esos cigarrillos tan largos que estaban de moda, dejando escapar el humo lentamente. Como yo no podía fumar practiqué con  un palo de regaliz. Luego me enseñó a bailar el charlestón, que era el baile de moda, había que mover mucho los brazos y las piernas a la vez. Al principio me hice un poco de lío, pero después de un rato conseguí imitarla y bailamos al mismo tiempo, parecíamos gemelas. Y después mi padre me enseñó a bailar el swing. Era un baile aún más rápido en el que el hombre mandaba. Como el era muy fuerte y yo pequeña y ligera, pudo hacerme un montón de giros y volteretas en el aire que no podía hacer con mi mamá. Era como montar en un tiovivo pero girando a toda velocidad. Acabé agotada. Y por último me invitó a bailar jazz  suavecito. Se escuchaban trompetas, un piano y el cantante tenía voz ronca. Como yo era mucho más bajita que mi padre, me dejó subirme encima de sus zapatos y con el balanceo debí de quedarme dormida, porque ya sólo recuerdo despertar en mi cama al día siguiente creyendo que todo había sido un sueño, hasta que vi mi precioso vestido sobre la silla.

- Buenos días Olivia - saludó mi madre apareciendo e la puerta - ¿Qué tal dormiste? 

- Buenos días, dormí muy bien. Muchas gracias por bailar anoche conmigo y por la ropa, me lo pasé genial.

- ¿Y qué te parece si lo repetimos un sábado al mes?

- ¿En serio?

- Si tú quieres...

- Sí, claro que sí - dije dando palmas.

Y cumplieron su promesa. Siempre las cumplieron, hasta que el mundo se hundió y ya nadie pudo mantenerlas.

El 28 de Octubre de 1929 la vida de muchos cambió y nosotros no fuimos una excepción. Lo llamaron "el lunes negro". Mi madre me explicó que los bancos perdieron todo su dinero y ya no tenían para pagar a nadie. Mi padre fue uno de los que perdió casi todo y no pudo soportarlo. Un policía vino a casa, nos dio el pésame y nos entregó una nota que había dejado a nuestro nombre. Había escrito "Para Doris y Olivia: perdonarme. Os quiero". Después se arrojó por la ventana de su despacho.

Tuvimos que reconocer el cuerpo. Recuerdo que al verle sólo pude pensar que para haberse caído de una altura tan grande como decían, no se había hecho nada en la cara, seguía estando tan guapo como siempre. Mi padre era un hombre muy atractivo.

Después del funeral mi madre me dijo que teníamos que vender lo poco que nos quedaba y marcharnos, tendríamos que cambiar de vida. Ella era irlandesa, así que regresamos a su tierra. Aún tenía familia y amigos que nos ayudaron a empezar de nuevo. Allí siguió siendo guapa para todos, sólo que de una manera más sencilla que en Estados Unidos, y para mí siempre fue y será la mujer más bella del mundo.




 Hoy es el día de su funeral, nos ha dejado a los noventa años, y creo que ha sido bastante feliz, a pesar de la ausencia de mi padre. Nunca quiso volver a casarse y eso que siempre le sobraron pretendientes, decía que luego cuando fuera al cielo, sería una faena para mi padre encontrarla casada con otro después de esperarla tanto tiempo, así que sólo tuvo amigos, nunca nada serio, según sus palabras "lo justo para mantener la alegría y darle un gusto al cuerpo de vez en cuando". Uno de las cosas más importantes que me enseñó es que no había que dejar espacio a la tristeza o a la soledad en la vida, porque te podía pasar lo que le sucedió a mi padre, y que para espantarlas, lo mejor era cantar y bailar, por eso hoy en honor a ella es lo que vamos a hacer. Así que levantar vuestras copas y brindemos. ¡Va por ti mamá!

 







 





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