Tardes de verano

 Tardes de verano

      Estaba muy enojado con mis padres porque me habían obligado a pasar las vacaciones de verano en aquel pueblo perdido de la Mancha. ¡Tenía ya 19 años! Pero como aún estaba estudiando y vivía en su casa, no me quedó mas remedio que ir.

     La primera semana me aburrí hasta el punto de ponerme a estudiar, y cuando ya pensé que no podría aguantar más, me llegó un increíble golpe de suerte. Una tarde, a la hora de la siesta, cuando las calles estaban vacías, un descapotable rojo entró en el pueblo, conducido por una preciosidad morena, de ojos verdes y escote fascinante.

      - Do you speak English? Yo irlandesa. Hablar poco español. Busco Don Quixote. Do you know?

      Me presenté como un experto en el tema y le hice de guía el resto de la tarde. 

     - Now, We can tomar cervezas. ¡Fiesta! - dijo batiendo palmas.

     La llevé al único garito decente del pueblo y no paramos de beber y reír hasta media noche. Entonces nos cerraron el bar y nos fuimos agarrados del brazo mientras cantábamos baladas de su tierra casi en susurros para no despertar a nadie, pero de repente ella se soltó del agarre entusiasmada, señalando una puerta abierta.

      - ¡Pajar! Esto es pajar - me miró muy sonriente esperando que se lo confirmara.

      - Sí... - contesté sin entender el motivo de tanto entusiasmo.

      - Pajar: sitio típico español para practicar sexo - expuso en voz alta, como si fuera la Wikipedia.

       No se me habría ocurrido definir así jamás un pajar, pero tampoco iba a llevarle la contraria.

      Y así me encontré con la enorme suerte de poder deslizar entre mis dedos aquel sedoso cabello negro, degustar unos labios extremadamente suaves, saborear su dulce aliento, besar aquellos pechos turgentes y tocar aquella piel de terciopelo.

     Pasamos allí la noche entera. Al amanecer nos vestimos, nos quitamos el uno al otro las pajitas delatoras y después nos incorporamos a la vida rural con una sonrisa extasiada en los labios, que a ella le duró hasta que se marchó al día siguiente y a mí, una semana entera. Aún compartimos una sudorosa, además de candente siesta en el hostal, y una apasionada noche bajo las estrellas en la Sierra de los Molinos de Viento. 

      El resto del verano no fue tan emocionante pero de alguna manera la historia se extendió, como sucede siempre en los pueblos, y de vez en cuando aparecía por allí alguna chica buscando al best lover de los Molinos, como me había bautizado aquella encantadora irlandesa, que recorrió esas yermas tierras un caluroso verano.

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