“ La senda”. Publicado en la Revista Esentidofigurado ( México ) Nº6 Octubre 2025

          



         La senda

      Hikari soltó su mochila en el suelo, y observó atentamente alrededor, dejándose empapar por aquel inusual silencio en un lugar lleno de gente. Había llegado a Atarashiki- Mura. Accedió al lugar a través de una hermosa portada de bambú, frente a ella aparecieron casas rodeadas por jardines y huertos, un edificio que parecía una escuela por las voces infantiles que se escuchaban, un santuario, varios talleres, un local bastante grande que resultó ser un salón comunal con múltiples sillas y mesas, y una tienda en la que se vendía un poco de todo. Las puertas estaban abiertas, la gente trabajaba en silencio y con una sonrisa los labios en diferentes labores, nadie gritaba y cuando querían hablar lo hacían un volumen que no resultaba nada molesto para los demás. Incluso los niños seguían esa norma. Nadie le hizo preguntas impertinentes o la trató como a una intrusa, tan solo la saludaban. Allí se respiraba armonía y tranquilidad. Cuando terminó su recorrido, preguntó a una anciana que estaba trabajando en su huerto.

       - Buenos días. Me llamo Hikari, y me gustaría quedarme aquí una temporada si es posible ¿Con quién tendría que hablar, por favor? 

      La mujer le señaló la puerta del santuario.

     - Pregunta por el Kannusi, es nuestro guía espiritual y quien se ocupa de recibir a los nuevos.

     Hikari había escuchado hablar a su madre de ese lugar desde que tenía memoria. Allí fue donde conoció a su padre, el gran artista japonés Saneatshu Mushanokoji. Él fue quien fundó aquel sitio tan extraordinario, con la idea de que los seres humanos podían crear una comunidad en la que imperara la solidaridad y la búsqueda del bien común, sin olvidar el propio. Entonces su madre era muy joven y tenía grandes ideales, después simplemente cambió. Aun así no le ocultó la verdad de su origen a su hija, quería que la niña tuviera la oportunidad de elegir. Ella era irlandesa y también tenía su propia filosofía de vida, creía que los hijos tenían derecho a formar sus propias ideales, sin verse limitados por los de sus padres, quizás pensaba así porque su infancia había sido lo opuesto a eso. Pertenecía a una familia católica con principios muy estrictos.

     Hikari fue aceptada como uno más, se le asignó una casa y su correspondiente parcela para huerto y jardín. El Kannusi le explicó las normas que regían la comunidad y los habitantes la acogieron rápidamente. Cada uno le regaló algo útil para darle la bienvenida: menaje de cocina de barro o cerámica, muebles de mimbre, ropa de cama, un colchón de lana de oveja… Todo hecho a mano por ellos mismos en los talleres. Cada uno tenía su propio hogar y compartían la producción de sus huertos, jardines, de los talleres, y de los animales, así como los beneficios de lo que vendían en la ciudad. Las tres comidas diarias se hacían en aquella la sala comunal, haciendo turnos para cocinar y limpiar. Su filosofía era la solidaridad, el bien común y la participación de todos en todas las actividades, a la vez que se respetaban los intereses individuales, permitiendo que se empleara más tiempo en lo que te producía más satisfacción personal, aunque sin descuidar las tareas colectivas. Así si alguien quería ser alfarero, podía dedicar más horas a ese trabajo que a cultivar el huerto, intercambiando ese tiempo con otra persona que disfrutara siendo agricultor, pero eso no eximía del resto de las actividades colectivas. Cuando surgían desacuerdos, algo muy previsible entre todos las seres vivos que conviven, si las personas implicadas no eran capaces de resolverlos, se llevaban a la asamblea para que todos aprendieran el mejor modo de arreglar sus diferencias.

      Hikari se ofreció a enseñar en la escuela. Había estudiado magisterio en la universidad, tenía experiencia y además disfrutaba mucho compartiendo tiempo con niños. sabía integrarse como uno de ellos sin perder la autoridad. Siempre había deseado hacer honor al significado de su nombre llevando luz a los demás y que de alguna manera ellos también la iluminaran a ella. Ese ambiente de tranquilidad y colaboración que imperaba serenaba su espíritu, algo que hasta ese momento no había sido capaz de encontrar. Además estando allí pudo conocer a ese padre ausente, al menos sus ideales, la realización de algunos de sus sueños, incluso su personalidad, ya que muchos lo conocían. Ella había leído varios de sus libros y hasta se planteó visitarlo cuando se convirtió en adulta, pero finalmente prefirió quedarse con el mito. Para ella era como uno de esos reyes de los cuentos infantiles que le leía su madre, un rey poderoso que siempre estaba batallando en países lejanos, y por eso nunca podía venir a verla.

      Un día todos empezaron a susurrar emocionados “ Viene Misha, llegará en una semana” se decían unos a otros sonrientes, y una gran alegría se contagió entre ellos. Decoraron las calles, prepararon sus mejores exquisiteces culinarias, y se vistieron con las mejores galas. Estaba claro que Misha debía de ser alguien muy importante, pero nadie le explicó a Hikari quién era. Y así sin preveerlo fue como Hikari y su padre se encontraron, porque Misha era el diminutivo cariñoso por el que llamaban a Saneatsu Mishanokoji en la comunidad. Cuando cruzaron sus miradas, sus Kokoros abandonaron sus cuerpos por unos instantes, y se abrazaron en el aire, porque las almas distinguen su misma sangre, aunque los cuerpos no se hayan encontrado nunca.

      - Mi alma te reconoce, no sabía que existías querida hija - dijo Saneatsu Mishanokoji.

      - Mi alma también te reconoce, yo sabía de tu existencia, pero creía que eras un guerrero que vagaba de batalla en batalla y que nunca te conocería. 

      - Era nuestro destino encontramos ahora hija. El unmet nunca se equivoca. Abrázame, recuperaremos el tiempo perdido.

     Hikari abrazó a aquel anciano, frágil y delgado que en nada se parecía al abigarrado guerrero que ella había idealizado. Durante días, semanas y meses, padre e hija, hablaron sin cesar de todo el tiempo no compartido, de sus tristezas, sus alegrías y sus sueños. Misha quiso transmitirle su filosofía, descubrimientos y reflexiones sobre cómo conseguir la eudaimonía, dejarle un legado que le sirviera de brújula para que descubriera su propósito para esa vida, para que ésta fuera significativa.

       - Si encuentras tu ikigai, tendrás una vida plena. Tu madre vino aquí buscándolo.

       - Supongo que no lo encontró, ya que se marchó.

       - Yo no estaría tan seguro, te encontró a ti.

       - Nunca lo pensé así - contestó Hikari sorprendida - gracias por hacérmelo ver.

       - Ella encontró el suyo, yo el mío al fundar esta comunidad, ahora es tu turno. No importa lo que tardes, lo primordial es que no te canses de buscar. Y ahora mi querida Hikari, debemos hablar de temas más terrenales, hemos tenido la suerte de conocernos y de compartir este tiempo, pero estoy llegando a mi fin, por eso regresé a la comunidad, para despedirme. Mis planes eran regresar a Tokio, pero si te parece bien, preferiría morir aquí y que te ocuparas de los ritos funerarios como mi primogénita.

      Hikari empezó a llorar silenciosamente, no quería perder a su padre ahora que lo había encontrado. Para la cultura japonesa la muerte sólo es una transición al mundo espiritual. Los sintoístas como su padre, y la mayoría de la comunidad creía que cada persona albergaba un espíritu divino, que permanecía atado y debilitado dentro del cuerpo, pero que cuando el cuerpo muere el kami vuelve a recobrar su fuerza y sale por el vientre del difunto para regresar al mundo de los espíritus donde pertenece realmente. Pero ella se había criado en Irlanda, rodeada de católicos, y la creencia de que al morirse el alma se va al cielo o al infierno, nunca lo había convencido. Cuando la gente moría te dejaba un doloroso vacío y nunca más los volvías a ver.

      Su padre la instruyó sobre los ritos que tendría que celebrar y le aseguró que el Kannusi y el resto de la comunidad la apoyarían en todo momento. Así pasaron varias semanas hasta que Saneatsu Mishanokoji falleció, tiempo que aprovecharon al máximo padre e hija para disfrutar de la comunicación de sus almas. Cuando sucedió, Hikari vistió a su padre con una túnica blanca, como la que usan los peregrinos, entre varios hombres le colocaron en un ataúd con las manos cruzadas sobre el pecho, y con una bolsita con dos monedas para pagar su transporte al otro mundo. La primera noche hicieron turnos para velar el cuerpo, para que en ningún momento se quedara solo, no fuera que el diablo o el otro, como solían nombrarlo en susurros, se lo llevara. Todos los habitantes de Atarashiki - Mura le mostraron sus respetos en el funeral, y al día siguiente fue la cremación. Después le fueron entregadas a Hikari las cenizas en un recipiente de cerámica, junto con algunos de los huesos de su padre que ella misma había tenido que rescatar de las cenizas, con la ayuda de unos palillos, como mandaba la tradición. Ahora debía de enterrar la urna en el lugar que su padre le hubiera indicado antes de morir, ya que existía la creencia en el feng-shui de que guardar los restos de los seres queridos en el hogar, podía generar un estancamiento de energía o atraer a otros espíritus. Durante cuarenta y nueve días todos vistieron de blanco, que es el color del luto en Japón, celebraron diferentes ritos, comidas y fiestas en honor de Misha, como manifestación del amor y admiración que le profesaban, así como para ayudarle en el tránsito al mundo de los espíritus.

      Este tiempo también le sirvió que a Hikari para encontrar su propósito en la vida. Así decidió que quería propagar la filosofía de aquella comunidad por todo Japón, y quizá si lo lograra, con el paso de los siglos pudiera ser la filosofía que imperara en el mundo. Por supuesto sabía que sería una tarea ardua, pero ella se conformaba con colocar los cimientos. Así que recogió algunas cosas básicas, se despidió de todos con cariño explicándoles su proyecto y prometiéndoles regresar tantas veces como le fuera posible. Viajó hasta Tokio, porque pensó que al ser la ciudad natal de su padre, donde era más apreciado, quizás estarían más dispuestos a apoyar su proyecto. Se dirigió a los directores de todas las escuelas de educación primaria y les habló de Atarashiki- Mura, de los principios que la regían, de la forma de vida de aquellas personas, de la paz y la felicidad que imperaba, aquel había sido el legado de su padre, ella quería extenderlo al resto del país. Les propuso incluir en los planes educativos una nueva asignatura anual denominada “ Solidaridad”, enseñando a los alumnos a practicarla desde su más tierna infancia, podrían desarrollarla en la convivencia habitual del aula y en el aprendizaje de otras asignaturas, ayudándose unos a otros a avanzar académicamente según sus capacidades; en el cuidado de los materiales escolares; en la limpieza del aula o la convivencia en el recreo, excursiones o actividades culturales. También les propuso crear talleres que desarrollaran el aprendizaje del resto de asignaturas, aplicándolos a tareas prácticas de la vida según las edades: cocina, huerto, construcción de juguetes con materiales reciclados, reparación de objetos estropeados; fabricar objetos útiles cosiendo, con barro, con madera…

     Por supuesto también se extendería la solidaridad a las familias de los alumnos, explicándoles el proyecto inicialmente, y escuchando sus necesidades, lo que podía llevar a que participaran en los talleres de los niños o crearan incluso otros sólo para ellos, utilizando las instalaciones de las escuelas fuera del horario escolar… Se trataba de plantar la semilla en los niños y dejar que se desarrollara extendiéndose de unos a otros. Era un proyecto próximo al concepto de utopía, pero valía la pena intentarlo, porque cuando plantas una semilla y crece, con el tiempo puede convertirse en un árbol que extende sus ramas y sus raíces, abarcando un espacio. Y ese árbol dará flores, que contendrán semillas, que el viento soplará, llevándolas quién sabe a dónde. 

 

 

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