“La encrucijada”. XVII Encuentro Internacional de Poesía y Cuento José Carlos Capparelli (Seleccionada para Antología).Argentina. Septiembre 2025


   


                                                               La encrucijada

     Mariola remueve el café absorta en sus pensamientos. Es un café solo, servido en una taza inusualmente pequeña. Le hubiera gustado pedirlo con leche, pero no tenia suficiente dinero, o sí lo tenía, pero entonces tendría que prescindir del almuerzo. Mariola coge la taza con ambas manos en un vano intento de calentarlas, al ser la taza tan pequeña, apenas alcanza una cierta tibieza. Bebe un sorbito, tiene que hacerlo durar, necesita coger calor para volver a enfrentarse al frío de Madrid y a su propia vida. Mariola tiene veinticinco años y se ha quedado sola, la guerra se los ha llevado a todos de un modo u otro. A su madre la enfermedad porque no tenían medios para comprar medicamentos, a su padre un pelotón de fusilamiento, otros familiares y amigos están en la cárcel, incluido su hermano. Los demás murieron en el frente o los mataron las bombas o el hambre. A veces sobrevivir no es una suerte. 

     Mariola viste con un sencillo vestido negro de algodón porque aún está de luto, y un gastado abrigo de paño azul marino heredado de su madre que le queda un poco grande. No lleva medias, guantes ni bufanda, y en la calle la temperatura está bajo cero. Remueve una y otra vez el café con la mirada perdida, estando sin estar. El dueño del bar la mira ceñudo, pensando que a ver si esa pobretona termina de una vez su café y se larga, porque necesita esa mesa para unos obreros que están en la barra con sus bocadillos de calamares y su cervezas. Seguro que si estuvieran sentados en la mesa, consumirían más cerveza, y puede que hasta algún orujo. Deberían de permitir que cada uno llevase su negocio como le diese la gana, y pudiera decidir dónde se sienta cada cliente. Porque eso es un perjuicio grave para él, cómo va a ganarse el pan si tiene a una persona sentada media hora en una mesa tomando sólo un café. a ver si Franco se percata de esas cosas de una vez y toma medidas, que este país necesita mucha mano dura.

     Mariola piensa y piensa, pero por más que se devana los sesos, sabe que solo hay una solución para sobrevivir, la que no quiere tomar, la que demora una y otra vez, aunque sabe que es inevitable… Deja que pasen unos minutos y finalmente suspira hondo, le queda el último sorbo. Le pedirá ayuda, acudirá a su puerta como su abuelo espera que haga, apelará a su despótico, frío y cruel abuelo. Ese hombre que no ayudó a su hija en nada desde que abandonó el hogar familiar y se casó con el padre de Mariola, ese hombre que les abandonó a su suerte durante la guerra pudiendo haberles protegido, ese titán de las finanzas ebrio de poder que está esperando su capitulación. Se entregará a la vida que él le organice, como única descendiente digna de esa ilustre familia. Mariola es guapa y tiene buena figura, la casará con cualquier Borja, Álvaro o Guzmán de renombre con una impresionante suma de dinero en el banco y posesiones por doquier, tendrá al menos siete u ocho hijos sin perder la figura en ningún momento, todos guapos, listos, de misa y catecismo, brillante expediente académico y con un innegable futuro de bodas de alta alcurnia. Su vida será todo sonrisas, buenas maneras y elegancia. 

      Irá y llamará a esa enorme puerta blindada de palisandro, labrada con figuras representativas de los poderosos dioses de la antigüedad. Esa imponente puerta que de niña la acobardaba. Entregará su vida a cambio de la supervivencia, y luego esperará, sabrá representar su papel hasta el último momento, y cuando él desaparezca de este mundo, bailará sobre su tumba y se desvanecerá, esa será su venganza, porque ella es Mariola Damanes, digna nieta de su abuelo, cruel, fría y despiadada con quien lo merece nada más, y en su momento, dará mucho que hablar.

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