“Humbertos” Seleccionado en la publicación “Pequeñas historias de grandes mujeres II” , Concurso de relatos YALE (Marzo 2024)

 Humbertos


     El jazz resuena apasionado y suave a la vez, como es el jazz. 

     Mi piel arde paladeando las caricias de sus expertas manos. Manos de artista, dedos estilizados y ágiles, acostumbrados a sumergirse en la música y sus secretos. Noto su piel pegada a la mía, torso contra torso, labios contra labios, el sudor corriendo por la espalda; nuestras bocas que se abren con avidez, con empuje, con lascivia, buscando poseer y ser poseídas. Calor y besos, quizá algo de alcohol que desinhiba. 

Deseo, la conciencia perdida, entrega, placer... Al principio un placer ligero, tímido, y cauto. Del que no sabe, de quien no se atreve. Pero después poco a poco va subiendo en intensidad, sin demora, sin prejuicios, sin tregua y con devoción, aumentando imparable, envolviéndolo todo. Me penetra una y otra vez, con fiereza, con lujuria, haciéndome suya, rompiendo los diques, dejándome exhausta y abrumada ante tanta belleza irrecuperable. Y de fondo, siempre ese jazz que rasga y envuelve. 

De repente, vuelvo a la realidad, de golpe, sin aviso, sin demora, inevitablemente. Regreso a Humberto, a sus torpes y siempre húmedas manos que me acarician para hacerme el amor, a su cuerpo ligeramente redondo que en pocos años será irremediablemente gordo, a su sonrisa servil ante cada uno de mis caprichos, a su mirada de arrobo cada mañana al despertarnos, a su coche, a su casa, a nuestra vida regalada. Humberto, el prototipo del tipo seguro, confiable, amoroso y fácilmente elegible para tener una vida sin sobresaltos, sin murmullos, sin preocupaciones, con unos lindos niños y vacaciones en la playa. Mi elección, la elección de cualquier mujer sensata. 

Por eso cada pocos meses necesito volver a verle, para poder soportar la insulsa realidad de tan perfecta elección. Por eso le cito en sórdidos hoteles a las afueras de la ciudad. Para amarnos entre sábanas rasgadas en un universo peligroso y paralelo, para poder memorizar sus gestos, sus manos, sus caricias; grabar sus susurros lujuriosos a fuego en mi mente, sentir arder cada una de mis células hasta que estallan tras mis párpados cerrados formando cientos de chiribitas. 

Para eso voy, para eso y para nada más, para atesorar,  y así después, como las abejas que liban, utilizaré este tesoro para colorear mi vida gris e indecisa, con un Humberto cualquiera, con el que es más fácil dejar pasar los días.



 

 

 

 

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