Sobre la Soledad…




      Esa dama

     La soledad, esa ancestral dama, tiene bastante mala prensa, porque parece que quien está solo ha suspendido en la asignatura de relaciones humanas. De hecho, la mayor parte de las mujeres a las que bautizaron con ese nombre, tienden a llamarse Sol o Sole, sustantivos con unas connotaciones mucho más alegres. Cuando a alguien se le califica de solitario, nos da por pensar que quizá sea una persona desagradable, muy tímida o que se cree demasiado importante para relacionarse con otros, y en realidad no tenemos ni idea, presuponemos con respecto a los demás según nuestro concepto del mundo, que es una idea personal, singular y mínima en el vasto universo, no una verdad absoluta.

     Si por casualidad habéis visto la película El niño salvaje de François Truffaut, que hizo basada en hechos reales sobre Victor, un niño que fue encontrado en los bosques franceses en el siglo XVIII y que había estado completamente desprovisto de contacto humano, podríais sacar la conclusión de que los humanos somos seres sociales, que necesitamos relacionarnos con otros de nuestra misma especie para desarrollarnos en todos los sentidos. Podemos deducir entonces, que el hecho de que un ser humano viva en soledad no es algo positivo.

     Por otro lado, una cosa es estar solo y otra, muy distinta, es sentirse solo. Hay mucha gente en la actualidad que elige vivir sola, quizás porque ha tenido malas experiencias de convivencia, o porque tiene sus costumbres y no es feliz renunciando a ellas. Como todo el mundo sabe, convivir tiene sus ventajas, pero también supone renunciar, tiene un precio a pagar. En su caso esta gente no es probable que viva su soledad de una forma negativa. Y por supuesto, también hay personas que a pesar de vivir en familia, o con amigos, se siente muy sola.

     Hace poco conocí a una chica en un bar que planteaba el asunto de la soledad relacionándolo con tener o no pareja. Así estaba el grupo de la gente emparejada y el grupo de los tristes, al que ella pertenecía en ese momento, denominados así porque se sentían solos e infelices, situación que mágicamente se transformaría en cuanto tuvieran un novio o novia con quien compartir su vida. Entonces la soledad desaparecería y serían personas dichosas. Salvando la original denominación que hizo del grupo de la gente sin pareja, creo que este planteamiento sobre la soledad es bastante popular.

     Mi amiga Cristina, que es una excepcional psicóloga sin título, dice que todos deberíamos de vivir la experiencia de estar solos con cierta frecuencia, de mirarnos a nosotros mismos por fuera, y por dentro, darnos cuenta de lo que nos gusta y lo que no, hablándonos, analizándonos, realizando actividades sin compañía, aprendiendo de esta forma a conocernos. Seguramente encontraremos muchas sorpresas sobre nuestra persona, unas nos gustarán y otras no tanto. Me parece una sugerencia con mucho sentido común, que como suele decir mi madre, es el menos común de los sentidos.

      Puede que el mayor cambio que haya habido en este mundo actual tan moderno, sea que hay mucha gente que está sola porque se aísla con las nuevas tecnologías. Si les preguntas te dirán que no están solos, que conocen a un montón de gente a través de Instagram, Facebook, Twitter o cualquier otra plataforma digital, y que tienen unos 1.000, 2.000 o 3.000 amigos virtuales. No digo que sea mentira, quizás ellos lo sientan así. Simplemente, me atrevería a sugerirles que prueben el consejo de mi amiga Cristina, aunque solo sea por tener una experiencia vital diferente de la que puedan luego hablar con esos miles de amigos. Que un día cualquiera que tengan un par de horas libres, no se conecten a internet, apaguen sus dispositivos electrónicos, se miren al espejo y se hablen en voz alta, de cómo se ven físicamente, qué les gusta, qué no les gusta, cómo va su vida laboral, cuáles son sus sueños, qué tal le caen sus hijos si los tienen, si echan de menos a sus padres… Lo que quieran decirse, pero que se atrevan a hablar sinceramente con su yo más profundo, en ese momento que nadie les ve ni les juzga, nada más que eso. Y si les parece útil la experiencia, igual la pueden repetir de vez en cuando, la comenten luego o no en las famosas redes.

 

      Finalmente, en el colmo del atrevimiento, les sugeriría invitar a alguno de esos amigos virtuales, a tomar un café en el mundo real, y que cuando se encuentren, apaguen el móvil y se dediquen ese tiempo, sólo para ellos. Añadiendo como broche final, que al despedirse hagan eso que los amigos virtuales no pueden hacer, darte un abrazo, ese gesto de cariño, que te calienta el alma, te alarga la vida y te hace sentir que no estás solo en este mundo. Ningún emoticono, por colorido y simpático que resulte, ha podido nunca producirme esa inolvidable sensación.

Comentarios

  1. Esa gran desconocida que es la soledad gran expresividad

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  2. Y que tanto miedo nos da explorarla. Gracias por comentar

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