Mi tio Jose (18 Julio 2022)

 El pastor

     Anoche soñé con la casa del pueblo. Las imágenes eran tan nítidas que en verdad creí que estaba allí. 

    Al llegar te encontrabas con una enorme higuera que emanaba un delicioso aroma a higos en verano y en el mismo lateral, el gallinero, que emanaba otros olores. Al otro lado  había un oscuro cuarto en el que se refugiaban perros y gatos en el crudo invierno. 

     Según entrabas a la izquierda había una sala de recibir, con sus tapetes de ganchillo, los muebles buenos, sus flores silvestres recién cortadas cada día y la figura de la Virgen sobre la tele. En un armarito lacado en negro, mi abuela guardaba bajo llave la vajilla buena y los rosetones de azúcar para las visitas. 

      A la izquierda estaba la cocina, con la chimenea, la lumbre para calentarse y cocinar, la enorme mesa de roble donde se comía, junto con varias sillas de mimbre y un banco corrido arrimado a una pared. 

      Al lado de la sala de recibir, había un cuarto especial en el que entraremos más tarde. Continuando el pasillo, en un lado quedaba la alcoba de mis abuelos y en el otro, la de mi tío Jose, el hijo soltero. Por último, al fondo te encontrabas otro espacio bastante grande con dos camas de matrimonio para las huéspedes, que era donde solíamos dormir nosotros, con su colchón de lana de oveja y su bolsa de agua caliente, además del baño. Al lado de esas camas surgían unas escaleras muy empinadas que llevaban al desván o al " doble " , como solían llamarlo. Allí se guardaban toda suerte de tesoros: hoces, guadañas, enormes calderos dorados, mecedoras, cunas de cuando mi madre y mis tíos fueron niños, jofainas de latón, baúles que podían esconder un tesoro pirata, mi antigua cocinita en la que preparaba sopas de tierra y tortillas de plastilina, ropas de otros tiempos con las que disfrazarnos y mil cosas más. Para mí aquel era un reino mágico en el que hubiera podido gastar montones de horas, pero lo cierto es que nunca nos dejaban subir solos. 

     Volviendo al cuarto especial, ahora sí que vamos a abrir la puerta, y nos encontramos con un taller, aunque parece más bien un despacho, con un escritorio robusto de madera, un sillón acolchado, estanterías con libros y varias figuras de animales disecados. Dudamos sobre la palabra para nombrarlo porque aquel es el espacio privado de un pastor, un pastor de ovejas, que no es ni alto ni bajo, ni gordo ni delgado, y tiene un ojo de cristal, porque el suyo lo perdió en una reyerta. Si fuera un oficinista, un banquero o un librero, pensaríamos en un despacho, pero con nuestro hombre, estamos desconcertados. Este hombre es mi tío Jose, y es cierto que cuida ovejas, acompañado de dos perros que parecen lobos, que no habla mucho y cuando lo hace es a voces, quizá sea porque se pasa del alba a la noche acarreando a los animales, y así les habla a ellas, y luego con los humanos le cuesta acostumbrarse a un tono más bajo. Es un hombre que fue a la escuela lo justo, para aprender las cuatro reglas, pero también es un hombre con una sensibilidad secreta de la que muchos no se dan cuenta. Un hombre que lee a los clásicos mientras pastorea, un hombre que con sus manos talla figuras de madera, y un hombre que es capaz de introducir un barco dentro de una botella. 

     El tío Jose acaba de abandonar la tierra. Te echaremos de menos, que tu alma encuentre el camino a seguir, el que sea. Y de vez en cuando, si es posible, echa una miradita a los que aquí quedamos, y verás que con cariño, te recordamos. 



      


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