Milagros (XV Concurso de Relatos Moleskín 2020)

 Milagros

      Milagros hacía acopio de abrazos para usarlos en los avatares de la vida. Cuando llegó la pandemia del COVID-19  tuvo la suerte de que la pillara bien aprovisionada.

      Los primeros días resistió sin utilizar ninguno. Se tomó aquello como casi todo el mundo, una buena oportunidad para ponerse al día con el orden y limpieza de la casa, además de unas vacaciones. Así por las mañanas se ocupaba de las tareas domésticas y hacía ejercicio, mientras que por las tardes, leía, llamaba por teléfono o veía películas. Pero después de diez días así, se encontró a Doña Soledad repantigada cómodamente en su sofá y después de mirarse cara a cara durante un buen rato, decidió que era hora de abrir su caja de abrazos.

     Como se encontraba bastante triste, buscó en la sección infantil. Ya se sabe que los abrazos de los niños son siempre los más reconfortantes por la intensa y sincera emoción que los impulsa. Se decidió por el de la pequeña Daniela cuando por su cumpleaños le regaló un unicornio tan grande como ella, que trotaba y hablaba mediante control remoto.

      Después aguantó algunos días más sin volver a abrir su caja especial. No quería gastar sus reservas demasiado rápido, empezaba a barruntar que aquel confinamiento iba a ser más largo de lo que anunciaban en un principio. Dejó pasar cuatro días más, mientras veía a Doña Soledad engordar encima de su sofá. Hasta que una noche se dio cuenta de que ya no cabían las dos y se puso a llorar e hipar durante un buen rato, mientras miraba los anuncios. De repente se levantó resuelta y a partir de entonces se recetó a sí misma un abrazo al comenzar cada jornada, y así poder aguantar aquella locura que envolvía al mundo.

     Un día le tocó el abrazo del hijo autista de Lucas, después de merendar juntos chocolate caliente y bizcocho casero cuando vinieron a visitarla el día de Reyes; Otro día fue el abrazo de su vecina Adelaida, el día que la acompañó al hospital para que le diagnosticaran un tumor, resultó ser benigno y la mujer se sintió muy agradecida por su compañía; El día después tocó el abrazo de su amiga Cristina cuando se reencontraron tras estar ocho años sin verse; Luego fue el de su amiga Mari Espe cuando tuvo a ese primer hijo, que no se parecía en nada a lo que ella había imaginado; Otra jornada comenzó con el abrazo de su gato Amelio la primera vez que se vieron, los animales dan unos abrazos muy tiernos y reconfortantes, hecho desconocido por el público en general. Y así los días fueron avanzando, a la vez que su caja estaba cada vez más vacía. Pero Milagros había conseguido con su cura mantenerse contenta y acabar dejando escuchimizada a Doña Soledad, que ya sólo ocupaba una minúscula esquinita del sofá y cada vez estaba más transparente.

     De tanto gastar abrazos, un día llegó el momento en que ya sólo quedaron los abrazos más antiguos, los abrazos del pasado, los intocables, los que  guardaba para recordarlos eternamente. El de su madre el día que dejó la casa familiar, el de su hermana Elisa cuando se casó con aquel americano guapísimo y se fue a vivir a Manhattan, el de su primo Javier cuando se fue a luchar en aquella guerra de la que nunca regresó...

     Entonces Milagros supo que tenía que reabastecer su caja de abrazos y empezó a pensar en el modo de hacerlo. Sus amigos y familiares vivían casi todos en otras ciudades, por lo que hasta que no terminara el Estado de alarma, no podía contar con ellos. Tendría que recurrir a gente menos cercana, pero ¿Quién?

     Decidió empezar al día siguiente con el cartero. Era un hombre muy simpático que siempre la saludaba con una sonrisa.

      - Buenos días Damián.

      - Buenos días Milagros.

      - ¿ Puedo pedirte un favor? - dijo acercándose con guantes y mascarilla.

      - Claro.

      - ¿Me darías un abrazo? Con protección claro - añadió ante su cara de pasmo - Es que se me ha quedado vacía mi caja de abrazos.

      Damián sopesó la situación cuidadosamente. La verdad es que a él también le vendría muy bien un abrazo. Esto del virus estaba siendo muy estresante y últimamente andaba un tanto compungido. También él vivía solo. Quizás... Teniendo cuidado...

     - De acuerdo.

     Y se abrazaron. Los dos sintieron un calorcito muy agradable en el estómago, que les subió por el pecho y dibujó una sonrisa en sus caras, como cuando tomas chocolate caliente después de correr bajo un chaparrón. A la vez que percibían que cada uno de sus músculos se relajaba como si unas manos invisibles les estuvieran acariciando por todas partes. Encajaron la cabeza en el hueco del cuello del otro y cerraron los ojos unos instantes. Por fin el mundo volvía a tener sentido.

     - Muchas gracias - dijo Milagros - Este abrazo me durará días.

      - Gracias a ti. Es la primera vez que sonrío en meses. Podemos repetirlo siempre que quieras.

      Milagros se ruborizó de los pies a la cabeza. 

      - Podríamos salir a pasear algún día a partir de las 20.00. Te puedo recoger al otro lado de la verja.

      - Eh... Sí...Vale... - Milagros cada vez estaba más ruborizada. Su cara parecía un tomate maduro con la mascarilla en azul como etiqueta.

      - Mañana me parece bien... En la verja... Ahora tengo que irme... - y sin esperar respuesta casi corrió hasta la cancela con su bolsa de la compra.

      - Quizás a partir de ahora ya no me faltarán más los abrazos - pensó emocionada, mientras se aplicaba el gel desinfectante para entrar al supermercado.

     Cuando llegó a casa un rato más tarde, doña Soledad ya no estaba en su sofá.

 




     


 

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