El círculo. (XV Concurso de Relatos Moleskín 2020)

 


                                         El círculo

En el hogar familiar

 Son las cinco de la tarde en casa de los Peyton. 

 En la biblioteca se escucha el sonido de un bofetón.

 Amelia se lleva la mano a la mejilla. La nota caliente y palpitante. Seguro que también tiene la piel enrojecida.

-Soy tu padre y aquí se hace lo que yo digo. 

-Pero la tía Hanna me dejó...

      Amelia recibe otro bofetón. Ahora sus dos mejillas aparecen enrojecidas. Amelia llorosa mira al suelo.

-Que te quede bien claro. ¡Aquí la única opinión que cuenta es la mía! Las mujeres no opinan. ¿Has visto que tu madre opine?

      Amelia mueve la cabeza negando.

-Pues ese es el ejemplo que tienes que seguir. Tu tía Hanna lleva demasiado tiempo viviendo en París. Ese marido suyo... En fin, ese no es el tema. ¿Cuáles fueron mis instrucciones, Amelia?

-Que no me subiera a los árboles con los chicos.

-Bien. Pues no lo olvides. Ya eres una señorita. No puedes seguir jugando con chicos.

     El padre respira de forma agitada.

-Como es la primera vez que me desobedeces y espero que la última. El castigo será, que durante el próximo mes sólo saldrás para ir a misa con tu madre. Si se vuelve a repetir, te daré una paliza tal que no podrás sentarte durante días. ¿Te queda claro?

-Sí, padre.

-Yo no amenazo en vano Amelia. No lo olvides.

-Sí, padre.

-Bien. No tengo nada más que decirte. Márchate. Vete a hacer algo útil.

Amelia sale de la biblioteca cerrando suavemente la puerta. Le escuece la piel y la humillación.


En la escuela 

-Amelia Peyton, acérquese a la tarima.

Se acerca mientras todos la miran.

-¿Qué he dicho sobre hablar con los compañeros mientras yo explico?

-Que no tenemos que hablar.

-¿Estaba usted hablando?

Amelia medita si merece la pena dar una explicación. Decide que no. 

Suspira dispuesta a aceptar el castigo.

-Sí, señor.

-Pues ya sabe cuál es el castigo. Extienda la mano.

El profesor coge de su mesa una gruesa regla de madera.

-Cuente conmigo. Uno, dos, tres...

Cada número va acompañado de un palmetazo sobre la mano de la niña. 

Ella no encoge la mano ni baja la mirada, mientras cuenta en voz alta. Sabe que si se muestra débil o llorosa el castigo será mucho peor.

-Ocho, nueve y diez. Como no ha dado excusas, le perdonaré las cinco 

últimas. Ahora puede volver a su asiento.


La boda

Han pasado ocho años. Amelia y su padre están en la biblioteca.

-Amelia querida, tengo una gran noticia que darte. Te he encontrado 

esposo. Te casarás con Stephan Smith. Como sabrás ha amasado una gran fortuna con sus negocios. Así que tendrás una vida regalada y será un honor para la familia.

-No padre. No pienso casarme con él. Quiero elegir a mi marido. 

Se hace el silencio.


-Será mejor que reflexiones y mañana volveremos a hablar. 


-No padre. No voy a cambiar de opinión. 

      El padre camina hasta la puerta con pasos firmes y echa el pestillo. 

-Bien, entonces, tendremos que quedarnos aquí hasta que entres en razón. Levántate la falda Amelia.

El padre sacó una larga y flexible vara de bambú de un armario.

Durante tres días utilizó de forma continuada el castigo físico 

para convencerla. Sólo haciendo pequeños descansos para alimentarse y algunas horas para dormir. Siempre golpeando en las zonas corporales ocultas a la vista. Amelia únicamente recibió agua.Tras ese tiempo, ella exhausta, cedió.



     El matrimonio

Han pasado cinco meses. Son la once de la noche. Amelia sacude angustiada la aldaba del gran portón de la casa de sus padres. Sale a abrirle una de las criadas y la lleva al gabinete de su madre. Amelia la abraza llorosa.

-¡Me ha pegado mamá! Stephan me ha pegado. Dice que no soy una buena esposa, que todo lo hago mal, que soy una inútil. Oh mamá, ¡Qué voy a hacer!

La madre la abraza sin decir palabra mientras le acaricia la cabeza.

Entonces entra el padre. 

-¿Qué haces aquí a estas horas Amelia?

-Stephan me ha pegado papá dice llorosa.

-Algo habrás hecho. Tendrá sus razones. Además ¿Qué horas son estas de salir sola a la calle e ir a casa ajena? Yo también te pegaría si hicieras cosas así. Avisaré al cochero ahora mismo para que te lleve a tu hogar. ¡No puedes poner en entredicho la honra de esta familia!

Y dando un portazo salió de la habitación. Amelia regresó a su casa sin decir nada más. La madre la vio marchar con lágrimas en los ojos.


El nacimiento

Amelia es madre de una niña. Sonríe feliz. Le canta y le habla todo el tiempo.

     -Mi niña preciosa. Duerme tranquila, que aquí está tu mamá para protegerte de todo mal. Mi niña querida, sueña en silencio para que los lobos malvados no escuchen tus anhelos. Mi niña, tú serás fuerte y no dejarás que ningún hombre te haga ningún mal.

La pequeña sonríe en su moisés, sintiéndose protegida.



La paternidad

Stephan muy alterado le grita a Amelia, mientras la sujeta por el pelo.

- Tienes que ocuparte de ella y vigilarla constantemente. ¿Lo entiendes, 

estúpida? Ya no es un bebé. Cualquier error que cometa afectará a su honra y entonces no podremos organizar un matrimonio ventajoso. Es la última oportunidad que te doy. Si vuelve a pasar algo parecido seré yo quien me ocupe personalmente del asunto y ya sabes cuáles son mis métodos. Tú verás.

Le da un empujón y Amelia queda sentada en el suelo. Él sale de la estancia dando un portazo.


La maternidad

La niña ya tiene siete años.

Se escucha el sonido de un bofetón.

-¿Qué te dije esta tarde?

-Que no fuera a jugar con Jaime a la casa del árbol.

-Y tú decidiste hacer lo que te dio la gana.

-No hacíamos nada malo, mamá.

Se escucha otro bofetón. La niña se lleva la mano a la mejilla. La nota 

caliente y palpitante. Mira sorprendida a su madre.

      Amelia mira a su hija y recuerda haber protagonizado una escena parecida con su padre. Suspira y mueve la cabeza con energía queriendo apartar de sí esos pensamientos. No puede permitirse ser débil. Si Stephan interviene será infinitamente peor.

-¿Y bien?¿ Tienes algo más que decir?

La niña agacha la cabeza y llora en silencio.

-No. 

-Bien. A partir de ahora me obedecerás y como no lo hagas, te vas a enterar. Soy tu madre y aquí se hace lo que yo digo. ¿Está claro?

-Sí, madre.



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