La visita (Finalista III Certamen de relatos Julio Visconti 2019)

                La visita

Carmen tendría una madrastra. Su padre acababa de darle la noticia.
Aquello sonaba igual que cuando en Navidad te dicen que los Reyes Magos han traído un gatito o un nuevo hermano. ¿Sería como en los cuentos? ¿La vestiría de harapos y la obligaría a limpiar toda la casa?
       - Te la presenté hace unos meses. Vino a cenar. Se llama Alicia.
Mi padre había traído a cenar a un sinfín de mujeres desde que mi madre
murió hacía ya cuatro años. Al principio les prestaba más atención, pero según fue pasando el tiempo, empezaron a darme un poco igual. Todas venían de paso. Eran amables, sonreían, algunas hasta jugaban un rato conmigo, pero ninguna volvía más de tres o cuatro veces.
- Vive en París. Llevamos viéndonos un año y ahora queremos vivir juntos, así que se vendrá aquí con nosotros. Si te parece bien.
¿Si te parece bien? Seguro que aquello lo había leído en alguna revista de psicología infantil: Cuando le plantees a tu hija que le vas a traer una madrastra, después de explicarle la situación, pregúntale si le parece bien. Ella creerá que valoras su opinión y así se sentirá parte de tu nueva vida.
Yo quería a mi padre, pero él era así, hacía y deshacía su mundo constantemente sin importarle demasiado cómo nos afectaba a los demás.
Podía probar a decirle que no me parecía bien, sólo por ver su cara de
sorpresa y saber qué opción le había dado aquella revista. Sería tan divertido. Aunque mejor no arriesgarse, por si el artículo no había considerado aquella respuesta. Contendría mi imaginación. Quizá podríamos llevarnos bien. Aquel ático tenía doscientos metros cuadrados. Había espacio de sobra.
- Claro papá, me alegro mucho por ti. ¿Cuándo viene?
- Bueno Aún tiene que organizar la mudanza, vender algunas cosas, encontrar un colegio para su hijo.
Aquí teníamos la siguiente sorpresa: también iba a tener un hermano.
- Alicia tiene un hijo de siete años, Germán, pero no vivirá con nosotros.
¿Y dónde viviría? ¿En Francia los niños de siete años ya eran independientes? Aunque acababa de decir que le buscarían un colegio. Un internado entonces. ¿Alicia no quería vivir con su propio hijo? Entonces ¿Qué tenía pensado para mí? Me iba a estallar la cabeza, no podía parar. Aquello empezaba a ser demasiada información.
-¿Por qué no vivirá con nosotros?  La pregunta salió de mi boca sin control alguno. Necesitaba saberlo.
-Verás Carmen, Germán es autista. Vivirá en un colegio con atención especializada y nos visitará algún fin de semana. Y ahora querida, dejaremos el resto de las preguntas para mañana. Tengo una reunión importante - Y se marchó.
¡Autista! Tendría que buscar información en internet. De mi padre no obtendría mucho más.
Abrí google y tecleé la palabra. Salieron un montón de enlaces. Elegí uno al azar:
El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es un trastorno neurobiológico del desarrollo que ya se manifiesta durante los primeros tres años de vida y que perdurará a lo largo de todo el ciclo vital.
¿Neurobiológico? Busqué la palabra en el diccionario: La neurobiología es el estudio de las células del sistema nervioso y la organización de éstas dentro de los circuitos funcionales que procesan la información y median en el comportamiento.
Bueno, entonces era una enfermedad relacionada con el sistema nervioso y que afecta al comportamiento de la persona. El ciclo vital eran los años que vivimos, lo había estudiado en Conocimiento del Medio Natural.
Los síntomas fundamentales del autismo son dos:
Deficiencias persistentes en la comunicación e interacción social
Patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento o actividades.
Deficiencias persistentes, otra expresión complicada. Volví a consultar
el diccionario: Defecto o imperfección que se mantiene en el tiempo.
Así que su comunicación es defectuosa. ¿A qué se referiría?
¿No hablaba bien, tartamudeaba, no pronunciaba correctamente?
Las interacciones sociales eran las relaciones entre las personas, eso
también lo aprendí en el colegio.
Entonces, Germán tenía una enfermedad del cerebro y debido a ello no
se comunicaba bien con las personas. ¡Por fin había conseguido entender algo!
Ahora, patrones restrictivos y repetitivos: series o conductas limitadas, que se repiten. Aquello quería decir que se comportaba siempre igual en las mismas situaciones y se interesaba siempre por las mismas cosas.
Uf! Estaba exhausta y eso que sólo había leído dos párrafos. Resultaba muy difícil entender el autismo. Con razón mi padre huía de explicármelo. Bueno, ya tenía algunos datos. Tendría que esperar a conocer a Germán para saber más.
Pasaron varias semanas y un día mi padre me anunció que Alicia llegaba a la mañana siguiente.
     Tenía un andar elegante, pausado, sinuoso, parecía que sus pies nunca tocaban el suelo. Transitaba por la casa sin hacer el menor ruido. A veces tardaba un rato en darme cuenta de que compartíamos la misma habitación. Lo miraba todo con suma atención, entrecerrando sus ojos rasgados. No perdía detalle. Su sonrisa era muy atrayente, la hacía hermosa, sin enseñar nunca los dientes. Todo en Alicia resultaba suave, elegante, tranquilo y coordinado. Daban ganas de acariciarla, como a un hermoso gato de angora.
Conmigo fue muy amable y distante desde el primer momento. Me preguntaba a menudo por mis necesidades y bienestar, se ocupaba de que siguiera los horarios y rutinas esperados en una niña de doce años, vigilaba que no estuviera enferma o mal peinada. Su conducta era irreprochable. Nadie podía decir que fuera negligente en su papel de madre sustituta. Mi padre estaba encantado, las pequeñas necesidades de la vida diaria de nuestro hogar habían sido delegados en una persona altamente cualificada. La madre de Alicia era japonesa y eso al parecer crea una impronta, una exquisitez para cuidar los detalles, que ningún occidental tendremos jamás. Los jarrones con flores organizados como si de una obra de arte se tratara, la mesa decorada como si cada día el rey fuera a comer con nosotros, el orden impecable de cada objeto en cada habitación Mi padre tenía gente contratada para la limpieza y la cocina, pero el toque de distinción, delicadeza y buen gusto, sin ninguna duda marcaba la diferencia con el resto de las casas de la ciudad.
Nuestra convivencia era por lo tanto, muy llevadera. Yo me plegaba a su organización perfecta del ambiente, y ella me dejaba tranquila. Me hubiera gustado algún abrazo o beso de vez en cuando, claro está que eso no se consigue el primer día que conoces a alguien, pero más allá de aquella sonrisa perfecta, no se podía obtener más, ese era el límite de su afectividad. Al menos conmigo, suponía que con mi padre las cosas serían diferentes.
Nuestra vida transcurría elegantemente sin ninguna alteración, hasta que unos meses después mi padre me anunció que Germán vendría a casa el fin de semana. Lo cierto es que casi me había olvidado del tema. Pensaba que igual habían decidido que no era conveniente para él traerlo a casa y que lo visitaban en su colegio.
La llegada de Germán fue muy normal. Mi padre y Alicia entraron en casa una tarde trayendo a un niño bajito para su edad, delgado, moreno y de ojos rasgados como su madre. Su mirada vagaba de un sitio a otro y su rostro se mantenía imperturbable. Cuando nos presentaron clavó sus ojos en mí apenas tres segundos y después continuó con su divagar. No sabía muy bien qué esperaba de aquel encuentro, pero me sentí un tanto decepcionada.
     A la hora del almuerzo Alicia tuvo que alimentar a Germán, partiéndole la comida y acercándosela a la boca. Él seguía con su mirada distraída mientras masticaba lentamente. De vez en cuando emitía un pequeño chillido parecido al de los búhos y se nos quedaba mirando. Empezaba a entender aquello de las deficiencias persistentes en la comunicación.
- Ahora Germán tiene que dormir un rato dijo Alicia- Quizá
más tarde podíamos ver una película todos juntos.
Me marché a mi habitación. Después de un rato me entró sed y fui a la cocina a por agua. Al atravesar el pasillo noté que mis pies crujían como si pisaran arena. Encendí la luz. Efectivamente había arena o algo similar. Muy sorprendida seguí el rastro hasta la cocina. Allí también había arena. Y no sólo había arena en el piso, también por la encimera, la vitrocerámica, la batidora . ¡Aquello no tenía ningún sentido!
     Mis pies tropezaron con un bote de cristal que salió rodando. Lo recogí. Era el bote de la sal. Aquel estropicio era el contenido del bote. Pero ¿Cómo había pasado aquello?
     Antes de avisar a nadie decidí seguir otra vez el reguero del pasillo a ver si se extendía por algún sitio más. Entonces escuché a Alicia gritando. Eché a correr. Cuando llegué al salón, la encontré fuera de sí gritándole a Germán. Él se mecía sin parar, sentado en el sillón mientras balbuceaba un galimatías, a la vez que encogía y estiraba los dedos de las manos moviéndolos en abanico.
 Me quedé sin habla. En aquel momento mi lado perverso pensó Vaya, vaya, así que esto es lo que te saca de quicio. Es mezquino, lo sé, pero todos tenemos ese algo tortuoso dentro de nososotros, por mucho que lo intentes controlar, hay veces que no puedes.
Inmediatamente apareció mi padre alarmado por las voces y también se quedó turbado con la escena, pero como es un hombre de acción y la reorganización del caos es su fuerte, consiguió salir de su propia perplejidad y tomar las riendas de la situación. Primero le habló suave pero firmemente a Alicia mirándola a los ojos para que dejara de gritar. Ella se echó a llorar. Al parecer también tenía esa función dentro de su cerebro, sólo había que darle a la tecla adecuada. Mi lado más vil seguía activo.
     Alicia fue recuperando la calma mientras mi padre le acariciaba la
espalda, pero Germán seguía con sus movimientos constantes y sus extraños sonidos, que hacían que el ambiente siguiera tenso, así que me acerque a él e imité a mi padre. El balanceo fue parando y también las gesticulaciones. Papá me hizo una seña de que se llevaba a Alicia para que descansara.
Cuando nos quedamos solos, Germán me miró y se quitó los zapatos de un puntapié, luego los calcetines y me puso los pies encima. Estaba claro lo que quería. Parecía que aquello de la falta de comunicación también era muy relativo. A medida que le fui acariciando los pies, empezó a alborotarse. A ratos los encogía para que yo se los volviera a coger, o los escondía entre los asientos del sofá para volver a sacarlos. Nos inventamos un juego propio que nos duró más de una hora. Durante todo ese tiempo Germán no paró de reírse y de buscar mi mirada. Cuando se cansó, se incorporó y me abrazó frotando su mejilla con la mía. En aquel momento se inició mi cariño por él. Era como un eterno cachorrillo gatuno.
Lo agarré de la mano y me lo llevé a merendar a la cocina. Se me ocurrió que sería el mejor recurso hasta que apareciera algún adulto. Un rato después mi padre nos encontró comiendo galletas con chocolate caliente. Germán estaba afanado en la tarea. No había zona de su cara o su ropa que no tuviera un churrete dulce, pero no se podía tener todo, al menos estaba contento.
Mi padre me miró con respeto.
- No se te da nada mal ¿eh?
Me encogí de hombros.
- Busqué información en Internet cuando me hablaste de él. Además es
majo, sólo hay que tomárselo con calma y mantenerlo entretenido. Después evidentemente le toca baño, aunque para eso sí necesito ayuda.
- Claro, lo haremos entre todos. Venía a decirte que Alicia precisa nuestra
ayuda, pero ya veo que no hace falta que te diga nada. Gracias Carmen, siempre se puede contar contigo.
Me sonrojé. Mi padre no solía dedicarme muchos cumplidos.
Durante todo el fin de semana hicimos turnos. Siempre estábamos pendientes de Germán, y aún así tuvimos varias anécdotas: chocó contra la puerta de cristal de la terraza porque iba corriendo tan deprisa, que no se dio cuenta de que estaba cerrada; sacó las plumas de las almohadas de papá y Alicia y se revolcó con ellas encima de la cama; se comió un bote de nocilla con la única ayuda de sus dedos y podó a manotazos el ficus de la terraza.
El domingo por la tarde acompañé a mi padre para llevarlo de regreso a su colegio. Alicia se quedó en casa vestida con un chandal de mi padre,  despeinada, con una compresa de agua fría sobre los ojos, y dos pastillas de paracetamol. La pobre estaba irreconocible.
Cuando llegamos al internado, nos recibió en recepción una chica muy amable.
- Hola , soy Elisa, su cuidadora de noche, ya me ocupo de llevarlo a la habitación. Gracias por traerlo. Espero que hayan pasado un buen fin de semana juntos.
Me quedé pensando qué debíamos contestarle. Papá y yo nos miramos. Nos quedamos callados unos instantes y después sonreímos. Cada uno tenía su propia anécdota en mente.
- Sí, nos lo hemos pasando muy bien- contestamos casi al unísono.
Elisa también sonrió. Supongo que nos entendía.
- Despídete Germán. Di adiós con la mano.
Germán nos miró y movió una mano en señal de despedida. Con la otra,
se agarró a Elisa y tiró de ella para que lo llevara al interior del edificio. Era la hora de la cena, seguramente tenía hambre.  
                                                       


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